Los caracoles - Salvador Sostres
A ELLA no le
gustaba cocinarlos pero me los preparaba cuando se lo pedía porque
siempre me quiso más que a nada en el mundo. Me pasaba el sofrito por el
chino para que no me encontrara los pedacitos de cebolla que tanto me
disgustan. Le preocupaba que las cáscaras se rompieran y que me tragara
una sin darme cuenta, así que después de hervirlos extraía cada caracol
para que me los pudiera comer sin peligro, alegre y feliz como siempre
que estaba con ella. Nadie me ha querido tanto ni tan desinteresadamente
como mi abuela Rosario. Luego mis padres se divorciaron y todo saltó
por los aires.
Pero si alguien
cree que no hablar con tu padre es dejar de tener relación con él no
puede estar más equivocado. El vínculo es tan obvio que no hablar con tu
padre es también una manera de relacionarte con él, especialmente
tortuosa y trágica. La mala conciencia. El vacío. La rabia. Y un pasado
cada vez más desfigurado hasta el punto de que el principal
inconveniente para retomar el contacto ya no es lo que sucedió sino el
tiempo que ha pasado, el silencio, la distancia.
Ayer hablaba con
un amigo de los distintos modos de cocinar los caracoles y me puse a
pensar en mi abuela. En lo bestias que somos los hombres y en lo injusto
que fue para ella. Al principio intenté mantener nuestra relación
aunque no me hablara con mi padre, pero cada encuentro se convertía en
una interminable súplica para que perdonara al que a fin de cuentas es
su único hijo, y yo estaba tan enfadado con lo que él había hecho que la
insistencia de mi abuela me ofuscó y dejé de ir a verla.
Me he dado
cuenta de que de un tiempo a esta parte pienso mucho en ella, ahora que
en mi vida estoy mucho más en la fase de conceder importancias que de
reclamarlas. Me atormenta que no conozca a mi mujer ni a mi hija. A
veces pienso en ir a visitarla pero me acaba deteniendo el peso de los
15 años que han pasado, y el descalabro emocional del reencuentro, a
cambio de lo improbable que sería retomar el hilo.
Ella fue la
única vez que he sido lo más importante del mundo. Los caracoles. El
sofrito. La ternura como una casa abierta e infinita. Que te quieran así
te da acceso a la verdad más profunda y nunca más te abandona una
indestructible seguridad en ti mismo, ni esa fuerza como de Dios que te
levantade cualquier caída.